ANARCOSINDICALISMO EN EL PERU

En esta entrada publicaremos artículos referidos a la teoría y práctica del anarcosindicalismo en el Perú. para ello se darán a conocer textos escritos por los propios dirigentes anarcosindicalistas peruanos y otros documentos de la época, pues creemos importante su difusión para un mejor conocimiento y esclarecimiento sobre este periodo de mayor auge del movimiento popular anarquista en nuestro país.


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Huelgas

Manuel Caracciolo Lévano
Humanidad, año I, Nº 8, Lima, octubre de 1906

Las huelgas iniciadas últimamente por los obreros del Ferrocarril Central y los empleados de la Empresa de Automóviles, favorables a la minoría, desfavorables a la mayoría, tienen tal trascendencia en el campo del proletariado del Perú que creemos de utilidad y conveniencia anotar las reflexiones que ellas nos sugieren, con el objeto de demostrar, una vez más, con los hechos, la imperiosa necesidad de emprender por nuestros compañeros todos la organización de sus gremios najo el sistema de las Cajas de Resistencia.

El primer error cometido por los obreros ferrocarrileros fue el haberse dividido por secciones, independientes unas de otras, tirando cada cual por su cuenta, sin cohesión ni solidaridad ninguna. Y de aquí que se hicieron competencia, la guerra entre ellos mismos.

Si los maquinistas, brequeros, fogoneros y jornaleros efectúan una huelga general bajo la condición de que ninguna sección reanudara el trabajo sin haber antes asegurado el triunfo de todas ellas, es indudable que ante tal unificación y fuerza, la Empresa hubiese capitulado y aceptado sin mucho esfuerzo las justas reclamaciones que se le presentaron.

Porque de hacerlo así al principio, después se hubiese visto obligada la Empresa a acceder de buen grado impelida por sus cuantiosas pérdidas, por el comercio, la industria y el mismo Gobierno que resultaban perjudicados con la paralización absoluta e indefinida del movimiento ferroviario.

Una huelga de esta naturaleza sostenida por centenares de trabajadores, con resolución y firmeza, despertaría, no hay que dudarlo, el sentimiento adormecido de los demás obreros que se apresurarían a dar a sus compañeros su apoyo moral y pecuniario, como en parte lo hicieron con los huelguistas del Callao en 1904.

Otra causal del fracaso de las huelgas fue también la intromisión del elemento político, que puede decirse prepararon anteladamente el terreno para popularizar sus nombres y ganar una curul en las próximas elecciones. Han asegurado su triunfo con perjuicio de los jornaleros.

Los gremios compuestos por varias entidades o dependencias, en casos de huelga nunca deben dividirse ni proceder independientemente. Por el contrario, entre sus secciones debe existir la mayor cohesión y mutua inteligencia, es decir, verdadera solidaridad.

Porque si unión es fuerza, división es derrota.

Toda huelga demanda organización de fuerzas, determinación de los puntos de demanda, medios de defensa, selección del cuerpo directivo y, más que todo, energía y constancia.

Al capital burgués hay que oponer el capital de las Cajas de Resistencia, al egoísmo de aquel, la solidaridad obrera.

Trabajadores todos, uníos. Daos cuenta de la verdadera situación precaria por la que atravesamos y de la venidera aún más misérrima.

Que al cabo tendremos que recurrir a nuevas huelgas, porque es el único medio que tenemos para asegurar el derecho de nuestra subsistencia.

Pero para que esas huelgas tengan todo el éxito posible es necesario organización, abandono de añejas doctrinas y acumulación de fondos para el auxilio de los huelguistas.

Es preciso que entre los gremios obreros no existan sentimientos mezquinos sino una mutua reciprocidad. Que al grito de huelga lanzado por un gremio, todos los demás corran en su apoyo, y que ningún trabajador intente hacerle traición, arrebatándole el trabajo y el pan de sus hijos y hermanos.

Trabajadores, todos: a la obra de salvación, a la organización gremial.



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¡Abajo la Ley del Trabajo!

Amador Gómez (Seudónimo de Delfín Lévano)

El Oprimido, año II, Nº 16, lima, 5 de setiembre de 1908.

No nos extraña que algunos obreros intonsos y crédulos esperen que la tan cacareada ley sobre accidentes , venga a mejorar su triste condición de explotados y la miseria in crescendo del hogar o siquiera a resguardar su vida y la de su prole.
Tampoco nos sorprende que cuatro seudo obreros y artesanos logreros dóciles a la consigna del amo, arrogándose inmerecidamente la representación de los trabajadores, hayan agitado el elemento carneril de algunas cofradías de auxilios mutuos para entre ellos disparatar implorando leyes aunque sean malas haciendo uso de una oratoria ruin de elogios, adulaciones y vivas; de repugnante servilismo al Gobierno y a los defensores del proyecto de marras, quienes bondadosos y caritativos se esfuerzan en darnos leyes benefactoras (sic).

Mucho menos nos ha extrañado ver a los dueños y gerentes de fábrica y talleres entre los cuales existen diputados impugnadores del manoseado proyecto, perjudicarse en sus intereses con la pérdida de dos o más horas de trabajo a fin de que sus obreros fueran a escuchar las palabras de ataque y defensa de los legisladores, a aplaudir a los teóricos proclamadores del derecho obrero, dentro del corrupto ambiente de cuatro paredes.

Nada de lo dicho nos sorprende porque no es nuevo y porque ya sabemos nosotros y los obreros concientes que todo eso no deja de ser una farsa, una componenda política y una pantalla con que se quiere ocultar la luz que principia a disipar las tinieblas en que vive la clase obrera.

Lo que sí nos indigna sobremanera es que aquellos traficantes de la dignidad proletaria y algunos otros obreros anden diciendo que por allí más o menos lo que sigue: vamos ganando en la Cámara de Diputados; estamos conquistando una ley muy buena y en armonía con el capital o el industrial que da lo mismo; el triunfo va coronando el justo derecho del obrero.

Y entre un coro general de inconscientes griten aguardentosamente, ¡Víva la ley del trabajo!...

O todo esto es maldad, burla e hipocresía o es ignorancia, brutalidad y torpeza.

De otro modo, ¿cómo pues poder llamar conquistar un triunfo el que los satisfechos de arriba arrojen a los de abajo un miserable hueso en forma de ley para que se entretengan en verlo y así estacionar más sus dormidas energías?

¿Cómo poder decir que esa ley es buena cuando desde la segunda parte de su primer artículo, los patrones podrán exclamar muy contentos: esta ley la cumpliremos, como, cuando y con quien nos dé la gana?

¿Cómo decir que es benefactora cuando de ella se excluye a las dos terceras partes del pueblo obrero?

¿Cómo decir que nos es favorable cuando en sus artículos 9º y

17º se sienta el principio de opresión, coartando las libertades de los trabajadores, para que en adelante no puedan arrancar otras piltrafas más a los capitalistas?

Y tú pueblo no comprendes la intención maligna y premeditada que se deja ver en esas discusiones parlamentarias, llenas de frases sonoras a tus oídos pero que sólo demuestran la perfidia de esos saltimbanquis políticos y la engañifa de que sois víctima?

Y, ¿es ésta ley escrita que en la práctica será nula, lo que se llama conquistar un derecho y alcanzar un triunfo? No, esto no es sino un sarcasmo, una mofa grotesca que se hace de la masa productora abusando de su impotencia que por ahora no la permite ejercitar sus fuerzas y crispar sus puños.

Pero necesario es ya que los trabajadores saliendo de ese indiferentismo suicida que revela cobardía, se apresten para luchar por su mejoramiento y emancipación económica.

Sí, los trabajadores: organizad vuestros gremios en asociaciones de resistencia; nutrid vuestras conciencias con el fuego de santas rebeldías y así potentes por vuestra solidaridad, energía y firmeza y luchando palmo a palmo, contra el Capital, impondréis mediante la huelga, las mejoras que creáis necesarias hasta llegar a conquistar el Porvenir que nos pertenece.

Pero mientras no haya desaparecido esa casta parasitaria y holgazana de frailes, magistrados y militares y no haya sucumbido la tiranía del Estado, la explotación del Capital y las supercherías de la Religión; mientras la pesada carga del trabajo de hoy no sea una ley natural para todos, aceptado como ejercicio físico por todos, debemos gritar siempre: ¡Abajo toda ley del trabajo!

Lima, setiembre de 1908